Amparo Boquera. “Teresa de Jesús. Una historia de lucha y amor”.
Que Pastrana fue una de las “Villas Ducales” más bellas de España no es ningún secreto. Lo corroboran siglos de historia susurrados a todo aquel que pasea por sus calles.
Pastrana no recibió fama por su belleza. En su caso, fue el destino quien asoció su nombre a una de las familias más poderosas de Castilla.
Con el favor real del “Rey Prudente”, Ruy Gómez de Silva utilizó su matrimonio con Doña Ana de Mendoza y de la Cerda para convertir su hidalgo pasado portugués en noble porvenir. “Grandes de España”, los nuevos duques harían de su “regalo” la capital de aquella comarca olvidada.
A la moda de las ilustres familias castellanas, los Príncipes de Éboli actuaron como mecenas de la Iglesia Católica. No se trataba de mostrar piedad, ni tan siquiera de hacer valer su fe ante el vulgo, sino más bien de hacer alarde de su poder.
Doña Teresa de Ahumada era, en época moderna, el máximo exponente de la religiosidad hispana. Bajo el nombre de Teresa de Jesús, la “Santa” fue fundando gran número de “palomarcicos” por media España. Que Teresa de Ávila fundara convento en Pastrana haría que los duques escalaran posiciones ante su “devota” Majestad.
En la actual Plaza de las Monjas, en la parte media de la villa, se alza un precioso convento habitado por una comunidad de monjas franciscanas concepcionistas. El Convento de la Concepción, en su origen, fue un convento dedicado a San José. Fundado por la mismísima Teresa de Jesús en el año 1569, a petición de la Princesa de Éboli, tuvo una efímera existencia.
El motivo no fue otro que el enfrentamiento entre la duquesa y las monjas del Carmelo Reformado. Muerto su esposo, más temperamental que nunca, la Princesa cometió el error de vestir el sayal. Pensó que su mecenazgo le permitiría vivir en la Regla tal y como lo hacía en su vida rutinaria. Nada más lejos de la realidad.
Las Carmelitas Descalzas seguían estricto voto de pobreza y su norma no daba cabida a los desmanes de tan caprichosa dama. El desenlace del episodio todavía se recuerda. Las monjas, aleccionadas por Santa Teresa, aprovecharon la noche para huir de su propia casa. Por miedo a las represalias de la Princesa, las penurias que sufrieron ante los gélidos vientos del invierno, evocan más un milagro que una enorme proeza. Tan solo en tierras segovianas, a salvo de la jurisdicción de la avara castellana, con los pies congelados por la nieve de Guadarrama, pudieron descansar las pobres monjas.
A pesar de todo, el Convento de la Concepción no fue la única huella que la mística Santa dejó en Pastrana. También, en el verano de 1569, en la parte baja del arroyo que desde Pastrana baja al Arlés, se estableció el que sería uno de los más señalados enclaves de la reforma carmelitana. Entre sus muros tuvo el privilegio de albergar no sólo al generalato de la Orden, sino también a la esencia del pensamiento místico: San Juan de la Cruz.
Santa Teresa y San Juan, San Juan y Santa Teresa, dos gigantes de la literatura castellana que dejaron su impronta en la Alcarria.
Quizás la mística de esta villa tenga que ver con el éxtasis esculpido en su empedrado. Creyentes o no, la hermosura de Pastrana más parece un milagro.
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