Publicado en la revista "Por Cuenta Propia" de Azuqueca de Henares, en febrero de 2007.
Hace mucho, mucho tiempo, cuando los piratas fenicios arribaban a las costas de las Columnas de Melkart y los celtas del Norte saqueaban las tierras de nuestros hermanos, siendo rey de Tartessos Argantonio “el Plateado”, vivía en la Carpetania un rey, Señor y Guardián de la Frontera Oriental, cuyo nombre era Aimbar. Sabio y poderoso, se iba acercando poco a poco al final de sus días y su hija Julya, heredera de sus posesiones, estaba siendo educada para continuar la labor de su padre. La Princesa Julya era fuerte y obediente, pero su pesar era cada vez más grande, ya que a la falta de su padre pronto se iba a unir la desdicha de su matrimonio con el Príncipe de los Vetones, Daniel, matrimonio que Aimbar y Ramonlar, rey de Vetonia y Guardián de la Marca Media, pactaron cuando ambos jóvenes nacieron. Con la unión entre Julya y Daniel se crearía un gigantesco y poderoso reino carpetovetónico que nada tendría que temer entonces de las sangrientas incursiones de frisios y celtas del norte, ni tampoco de las numerosas razzias que pueblos celtíberos fronterizos como los arévacos, lusones, titos y belos, solían realizar uniéndose en torno a un “arvirago” o jefe militar, y que en ocasiones llegaban al limes del País de los Iberos.
Todo hubiera sido perfecto para la alianza entre Vetones y Carpetanos de no ser por las “Estrellas”. La alineación de la Cola del Escorpión observada por los sacerdotes del rey presagiaban malos tiempos, pero Aimbar ya lo había adivinado al observar cada noche con detenimiento los expresivos ojos grises de su hija. Su corazón estaba ya muy cansado y el poco aliento vital que le quedaba dentro, quería dárselo por entero a su hija. Sin embargo el deber de actuar como Rey de la Carpetania primaba sobre cualquier cosa; así lo juro cuando fue coronado y así debía cumplirse. Con la alianza entre Carpetanos y Vetones salvaría el futuro de su reino y de sus gentes. Por eso debía actuar, por eso se volvió cruel, “Aimbar el Cruel” le reconocerían desde entonces.
Una noche de niebla, tan espesa que podía cortarse en pedazos con una falcata, Julya yacía pacientemente observando el lugar donde el “Río Que Atraviesa El Mundo” (en la actualidad el río Henares) enlaza con el “Río Que Viene Del Más Allá” (hoy el río Sorbe). Meditaba que muy pronto sus pajizos cabellos y su nívea y delicada piel se mezclarían con pasión con una piel mucho más áspera, curtida por la labor de la tierra y por el aire de labranza; la piel de su gran amor Igna. Las horas pasaron y pasaron, lentas como una yunta de bueyes, pero el joven Igna jamás apareció. Un ajuste de cuentas ante el Jefe de la Guardia del rey acabó con su vida y con la felicidad de Julya.
Muerto Aimbar, Julya fue coronada como Reina de la Carpetania y el pueblo entero se sumergió en un mes de festividades, presididas primero por el funeral de su rey y, después, por la coronación y esponsales de su nueva reina. Julya contrajo matrimonio con Daniel, Príncipe de los Vetones, pero pese al gran amor que el nuevo rey sentiría durante toda su vida por Julya, jamás fue correspondido. Es más, Julya pidió a Daniel que, a cambio de un heredero para el nuevo reino carpetovetónico, se le construyera un palacio donde poder vivir en soledad el resto de sus días. El Rey Daniel accedió y para ello obligó a su pueblo a trabajar en la construcción de un gran túmulo, justo al lado de la fortaleza de “La Muela”, llamada así por la especial forma de “muela” que tenía la montaña donde se encontraba hace mucho tiempo el castillo del Rey de la Carpetania. Como símbolo y por su cercanía a la fortaleza del rey, el pueblo denominó al túmulo recién construido con el nombre de “El Colmillo”, lugar donde se situaría un precioso palacio en el que la orientación de las habitaciones de la reina mirarían de frente a las del rey. De esta forma Daniel al menos se consolaría observando a su reina.
Una jornada de luna negra, Daniel fue a sus aposentos a observar, como todas las noches, como su reina apagaba las lucernas de su alcoba en símbolo de “Buenas Noches”. Sin embargo las luces no se apagaron jamás.
Todavía hoy, como cuenta la leyenda, en las noches de luna nueva y si subimos a La Muela podemos escuchar los gritos de Daniel por haber perdido a su Reina. Pero lo que más impresiona es que si miramos detenidamente hacia El Colmillo, por un instante se enciende en lo alto una luz que parece dibujar el busto de un hombre. Hay quien afirma que todo esto es mentira, que no es más que una leyenda. Yo prefiero pensar que esa luz dibuja el último pensamiento que la Reina Julya tuvo antes de suicidarse: la cara de Igna.
Hace mucho, mucho tiempo, cuando los piratas fenicios arribaban a las costas de las Columnas de Melkart y los celtas del Norte saqueaban las tierras de nuestros hermanos, siendo rey de Tartessos Argantonio “el Plateado”, vivía en la Carpetania un rey, Señor y Guardián de la Frontera Oriental, cuyo nombre era Aimbar. Sabio y poderoso, se iba acercando poco a poco al final de sus días y su hija Julya, heredera de sus posesiones, estaba siendo educada para continuar la labor de su padre. La Princesa Julya era fuerte y obediente, pero su pesar era cada vez más grande, ya que a la falta de su padre pronto se iba a unir la desdicha de su matrimonio con el Príncipe de los Vetones, Daniel, matrimonio que Aimbar y Ramonlar, rey de Vetonia y Guardián de la Marca Media, pactaron cuando ambos jóvenes nacieron. Con la unión entre Julya y Daniel se crearía un gigantesco y poderoso reino carpetovetónico que nada tendría que temer entonces de las sangrientas incursiones de frisios y celtas del norte, ni tampoco de las numerosas razzias que pueblos celtíberos fronterizos como los arévacos, lusones, titos y belos, solían realizar uniéndose en torno a un “arvirago” o jefe militar, y que en ocasiones llegaban al limes del País de los Iberos.
Todo hubiera sido perfecto para la alianza entre Vetones y Carpetanos de no ser por las “Estrellas”. La alineación de la Cola del Escorpión observada por los sacerdotes del rey presagiaban malos tiempos, pero Aimbar ya lo había adivinado al observar cada noche con detenimiento los expresivos ojos grises de su hija. Su corazón estaba ya muy cansado y el poco aliento vital que le quedaba dentro, quería dárselo por entero a su hija. Sin embargo el deber de actuar como Rey de la Carpetania primaba sobre cualquier cosa; así lo juro cuando fue coronado y así debía cumplirse. Con la alianza entre Carpetanos y Vetones salvaría el futuro de su reino y de sus gentes. Por eso debía actuar, por eso se volvió cruel, “Aimbar el Cruel” le reconocerían desde entonces.
Una noche de niebla, tan espesa que podía cortarse en pedazos con una falcata, Julya yacía pacientemente observando el lugar donde el “Río Que Atraviesa El Mundo” (en la actualidad el río Henares) enlaza con el “Río Que Viene Del Más Allá” (hoy el río Sorbe). Meditaba que muy pronto sus pajizos cabellos y su nívea y delicada piel se mezclarían con pasión con una piel mucho más áspera, curtida por la labor de la tierra y por el aire de labranza; la piel de su gran amor Igna. Las horas pasaron y pasaron, lentas como una yunta de bueyes, pero el joven Igna jamás apareció. Un ajuste de cuentas ante el Jefe de la Guardia del rey acabó con su vida y con la felicidad de Julya.
Muerto Aimbar, Julya fue coronada como Reina de la Carpetania y el pueblo entero se sumergió en un mes de festividades, presididas primero por el funeral de su rey y, después, por la coronación y esponsales de su nueva reina. Julya contrajo matrimonio con Daniel, Príncipe de los Vetones, pero pese al gran amor que el nuevo rey sentiría durante toda su vida por Julya, jamás fue correspondido. Es más, Julya pidió a Daniel que, a cambio de un heredero para el nuevo reino carpetovetónico, se le construyera un palacio donde poder vivir en soledad el resto de sus días. El Rey Daniel accedió y para ello obligó a su pueblo a trabajar en la construcción de un gran túmulo, justo al lado de la fortaleza de “La Muela”, llamada así por la especial forma de “muela” que tenía la montaña donde se encontraba hace mucho tiempo el castillo del Rey de la Carpetania. Como símbolo y por su cercanía a la fortaleza del rey, el pueblo denominó al túmulo recién construido con el nombre de “El Colmillo”, lugar donde se situaría un precioso palacio en el que la orientación de las habitaciones de la reina mirarían de frente a las del rey. De esta forma Daniel al menos se consolaría observando a su reina.
Una jornada de luna negra, Daniel fue a sus aposentos a observar, como todas las noches, como su reina apagaba las lucernas de su alcoba en símbolo de “Buenas Noches”. Sin embargo las luces no se apagaron jamás.
Todavía hoy, como cuenta la leyenda, en las noches de luna nueva y si subimos a La Muela podemos escuchar los gritos de Daniel por haber perdido a su Reina. Pero lo que más impresiona es que si miramos detenidamente hacia El Colmillo, por un instante se enciende en lo alto una luz que parece dibujar el busto de un hombre. Hay quien afirma que todo esto es mentira, que no es más que una leyenda. Yo prefiero pensar que esa luz dibuja el último pensamiento que la Reina Julya tuvo antes de suicidarse: la cara de Igna.
1 comentario:
Julya y Daniel, Carpetanos y Vetones
Que desdichado vuestro destino cruel!
De la Cuna al Altar,
Toda una vida pensando en Amar.
Rio Que Atraviesa El Mundo,
Unido, al Rio Que Viene Del Mas Alla.
Daniel ve a Julya en sus noches tristes,
Y ella suspira por Igna que no volvera.
Oh, triste camino,
Largo sin igual,
Es vuestra vida,
Cuya herida,
El tiempo no borrara!
Rio Que Atraviesa El Mundo,
Unido,al Rio Que Viene Del Mas Alla.
Todo termina maravillosa Julya,
Tu ultimo aliento, nos dejas ya; Pero esa luz de tu recuerdo,
Como cada noche, resplandecera;
Y todo aquel que lo vea,
Sabra que es Igna,
Tu gran amado Inmortal.
Rio Que atraviesa El Mundo
Unido, al Rio Que Viene Del Mas Alla.
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