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EL "ANGEL NEGRO" DE BELEÑA DE SORBE

Publicado en la revista "Por Cuenta Propia" de Azuqueca de Henares, entre los meses de Noviembre y Diciembre de 2007

Situada a pocos kilómetros de Cogolludo, a los pies del embalse que lleva su nombre, Beleña de Sorbe es uno de los pueblos con mayor encanto de la Campiña de Guadalajara. Fue fundación árabe, como demuestran los restos de su castillo, desde dónde se podía dominar el paso natural que ofrece el río Henares al bordear los cerros testigos de La Muela, El Colmillo y la atalaya de Hita. Reconquistada por los cristianos en tiempos de Alfonso VI, fue en el año 1170 cuando el rey Alfonso VII, nieto del anterior e hijo legítimo del matrimonio entre Urraca y Raimundo de Borgoña, quien la cedió al noble Martín González, manteniendo su importancia como defensa fronteriza y erigiéndose como noble villa con su primer señor Martín Fernández, pariente del lugarteniente del Cid Alvar Fáñez Minaya.
Fue pues durante el medioevo y más concretamente entre los siglos XII y XIII cuando se acomete la construcción de su Iglesia, dedicada a San Miguel, y que guarda bajo su atrio porticado una de las joyas medievales mejor conservadas de nuestra provincia. Se trata de un “mensario” o calendario agrícola esculpido toscamente en una de las arquivoltas internas del pórtico románico de la Iglesia. Con la belleza natural que nos ofrece la técnica del escultor medieval podemos observar, flanqueados por dos bellísimos capiteles decorados con escenas de las Sagradas Escrituras, representaciones fragmentadas en pequeñas dovelas de diversas actividades que gobernaban la vida del campesino medieval. El conjunto se compone de un total de 14 dovelas, que enumeradas de izquierda a derecha concuerdan con los meses de nuestro calendario actual. Así la dovela nº2 hace referencia al mes de enero, dovela donde se representa la escena de la matanza, y la dovela nº3 al mes de febrero con un hombre arrimado a un hogar y ataviado con pieles para mitigar el todavía intenso frío. Si seguimos el orden la dovela nº4 es marzo, con la faena de la poda, la nº5 es abril, con la recogida de flores que acontece la llegada de la primavera y la nº 6 hace referencia al mes de mayo con una escena de caza con halcones o cetrería. En la dovela nº7 comienza el mes de junio, con la carda o limpia de la tierra, seguida de la siega de la mies propia del mes de julio o nº8, completada por la dovela nº9, mes de agosto, que representa la trilla. La dovela nº10 representa al mes de septiembre con la vendimia o recogida de la uva, fruto que será embasado para su maceración en el mes de octubre, nº11. La dovela nº12 vuelve con la siembra y labranza en el mes de noviembre, dejando el mes de diciembre, dovela nº13, para representar la Navidad con una mesa repleta de viandas que, de alguna u otra forma, recompensan el trabajo realizado durante todo el año.
Sin embargo las representaciones que más llaman la atención son las acaecidas en las dovelas nº1 y nº14, es decir, principio y fin de nuestro calendario según lo hemos interpretado de izquierda a derecha. Concretamente la figura nº1 viene protagonizada por un “Ángel Blanco”, propio de la iconografía de la Anunciación, como queriendo dar a entender una supuesta relación entre el nacimiento de Cristo y el nacimiento de un nuevo año con el consiguiente mes de enero. Si el ángel blanco es símbolo o anuncio de Cristo y Cristo es Vida, la dovela nº14 representa todo lo contrario, la Muerte. ¿Qué como aparece representada la muerte? Pues el artista lo soluciona con la talla de un maravilloso “Ángel Negro”, una de las numerosísimas representaciones del mismísimo diablo en la Edad Media. Su rizado pelo y sus labios desmesurados no nos dejan duda alguna que lo que el autor quería representar como imagen del Fin, del Mal, del Diablo o de la Muerte, era un “negro”.
Con representaciones de este calibre es fácil caer en el anacronismo de una “Iglesia Racista” en el medioevo. Pero debemos ser cautos y entender una de las principales funciones del arte durante la Edad Media; nos referimos a una función docente. La Iglesia medieval era dueña de la cultura y los artistas trabajaban para la Iglesia y para la Fe. Los campesinos, marginados en el arte de leer y escribir, propio de monjes y caballeros, aprendían de una complicada liturgia en latín y, sobre todo, de las imágenes o iconografía que veían talladas en sus templos. Las Iglesias y sobre todo sus portadas son pues los libros de texto donde la gente de bien podía leer y aprender las Sagradas Escrituras, única y absoluta fuente de conocimiento del universo teocéntrico medieval. Por ello, en muchas ocasiones, a la hora de representar el Mal acudían a imágenes que en la época reflejaban lo pagano. Bien es sabido que los reinos cristianos se encontraban en plena labor reconquistadora durante esta época y que la Cristiandad entera estaba levantada en armas contra el infiel musulmán con las Cruzadas. Para personalidades como San Bernardo de Claraval, futuro Papa, fundador de la orden del Cister y autor de la primera Regla de los Caballeros Templarios, el infiel o sarraceno que usurpaba los Santos Lugares no tenía alma. Es por ello por lo que posiblemente la representación de un individuo “negro” haciendo referencia al Demonio sea tomada de la imagen que los cristianos occidentales tenían del infiel musulmán, que como es sabido reclutaba entre sus milicias a esclavos procedentes del corazón de África.
¿Será también ese “Ángel Negro” una figuración del infiel musulmán, que atosigaba con sus ataques o razzias plazas militares y fronterizas como en un principio fue Beleña de Sorbe? ¿Quería el tallista hacer mera propaganda contra el infiel asemejado al mismísimo Diablo, invadiendo la conciencia del campesino de frontera que habitaba Beleña, con este tipo de representaciones? Quien sabe, no es más que una nueva hipótesis que añadir a las ya existentes sobre la Mentalidad del campesinado en la Edad Media y sobre la Mentalidad que los campesinos de nuestra provincia pudieran tener en esta Época Oscura.

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