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ARANZUEQUE, CRUZ DE BORGOÑA

Publicado en Por Cuenta Propia, Azuqueca de Henares, marzo de 2009

Aranzueque, 19 de septiembre de 1837; las calles de este pequeño pueblo alcarreño van a vivir uno de los episodios más importantes de la historia contemporánea de España. En los páramos cercanos al puente que gobierna el Tajuña se situarán, enfrentados, dos ejércitos españoles: por un lado las tropas de Carlos María Isidro de Borbón, apartado del trono por su hermano Fernando al derogar la Ley Sálica; por otro, el ejército defensor de la Pragmática Sanción, protector de la niña Isabel, futura reina de España.
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Desde que Tomás de Zumalacárregui consolidara las vascongadas para Don Carlos, la estrategia había sido muy simple: realizar incursiones militares propagandísticas hacia el sur de España provocando diferentes levantamientos. Sin embargo, en mayo de 1837, los focos sublevados carlistas estaban muy controlados. El bloqueo sobre Bilbao por los liberales había dado excelentes resultados. Llegaba la hora de buscar soluciones y la Expedición Real era la única salida para los rebeldes.
Con el objetivo de romper su aislamiento, un notable ejército formado de vascos, navarros, aragoneses y mercenarios de la Legión Extranjera, recorrería gran parte del norte y del este peninsular. Muchas fueron las plazas que adhirieron a su causa, pero las bajas que ocasionó la campaña de Cataluña mermaron ostensiblemente sus fuerzas. Fue entonces cuando entró en lid la figura del general Ramón Cabrera. La Expedición Real cobraba nuevos bríos en el Maestrazgo y las tropas carlistas conseguían cruzar el Ebro. Por delante, las tierras valencianas; el objetivo, una utopía: conquistar Madrid.
Confiada en su superioridad, la regente María Cristina se había dejado persuadir por unos consejeros ineptos. Tenía la difícil misión de conservar el trono para su hija y, en tan sólo unos meses, las tropas de su cuñado podían divisar Madrid. Desde Arganda, el león absolutista no necesitaba más que dar un zarpazo mortal a su presa liberal. Pero, increíblemente, el Pretendiente no dio orden de tomar la capital. Aquel 12 de septiembre pasará a la historia por una decisión incomprensible en un militar de su talla. Estaba convencido de que los habitantes de Madrid lo acogerían con gran alegría, abriéndole voluntariamente las puertas de la villa. Apesadumbrado, Carlos María Isidro desistió de tomar la ciudad. La explicación: “no derramar la sangre de aquellas gentes que tanto amaba”. Sólo Aníbal, el fantástico general cartaginés, cometió un error similar; el púnico tampoco entró en Roma.
Baldomero Espartero había salido de Madrid con la misión de interceptar a los absolutistas. El día 26 de agosto tomó el camino de Jadraque, llegando hasta Sigüenza y Maranchón. No encontró rastro alguno del enemigo. Los rebeldes habían dado un rodeo por los campos de Cuenca y, dirigiéndose hasta Tarancón, ya estaban a las puertas de Madrid. Dando media vuelta, con un ejército de 25000 hombres, Espartero ocupó Guadalajara y Alcalá de Henares. El ejército carlista, antaño seguro de la victoria, ahora se veía obligado a refugiarse en un territorio que, por suerte, le era familiar. Un año antes, el general Miguel Gómez había cruzado la Alcarria ayudado de la partida carlista de los Cazaporras. Perseguido por los soldados liberales, Miguel Gómez pasó por poblaciones como Atienza, Jadraque, Brihuega y Cifuentes, dirigiéndose al Levante y Andalucía, para después volver sobre sus pasos hacia Soria, atravesando pueblos como Sacedón, Tendilla, Horche, Torija, Hita y Cogolludo.
Espartero encontró a los sublevados el día 19 acantonados en Aranzueque. Habían llegado a esta localidad tras replegar sus fuerzas desde Alcalá, siguiendo el cauce del Henares hacia Chiloeches, para después subir hacia El Pozo y Santorcaz, lugar desde donde se plantearon volver a contraatacar tras incrementar su soldada con partidarios de Mondéjar. En cambio, con una caballería mucho más poderosa, los ejércitos isabelinos obligaron a los absolutistas a refugiarse en Aranzueque, huyendo de un primer envite en Anchuelo. Aunque Don Carlos aguantó todo lo que pudo en los márgenes del río Tajuña, la derrota de los soldados de San Andrés estaba servida. Una fila gigantesca de boinas de color rojo se retiraba derrotada hacia el norte. La historia les daría nuevas oportunidades, aunque la Cruz de Borgoña, otrora insignia de la nación frente a sus enemigos, no volvería a ser jamás la bandera de España.

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7 comentarios:

Mercedes Tortosa Fernández dijo...

Si me llama la atención el contenido, todavía mucho más la magnífica expresividad, impregnando de esta manera tus leyendas de gran color y viveza;
¡Vaya Juan Antonio!....
Sigue creando maravillosos relatos, porque todos estamos de acuerdo, en que tu talento es ya el de un Gran Literato.

Anónimo dijo...

En relatos como el tuyo, no hacen falta imágenes, tan sólo con leerte, ya te imaginas como fue...

Magnífico, como siempre...

Mabel.

Anónimo dijo...

¡Muy bien!

Anónimo dijo...

En la guerra de 1833-1840 la cruz de Borgoña era reglamentaria en las banderas batallonas de infantería , artillería e ingenieros del ejército liberal. El aspa roja de Borgoña no fue el símbolo propio del carlismo hasta poco antes de la guerra de 1936-1939. Es más, aplicando el reglamento los del pretendiente carlista Carlos V habrían ondeado banderas coronelas, que era justo las que no lucían el aspa de marras. La infantería carlista se organizaba en batallones independientes, y los batallones independientes sólo portaban una bandera coronela (que era la del escudo real ampliado). Y las boinas carlistas de esa guerra podían ser azules o blancas también. Lo de la boina roja para los varones carlistas se fijó más o menos hacia 1912, quedando la blanca reservada para las féminas. Antes de esa fecha la boina blanca era quizá la más representativa del carlismo.

JUAN ANTONIO GARCIA SANCHEZ dijo...

Anónimo, muchísimas gracias por la increíble lección de historia que nos acaba usted de dar...
Yo pensaba que la Cruz de San Andrés ondeaba en las banderas carlistas ya desde sus primeros enfrentamientos con los ejércitos isabelinos...
Tendré en cuenta sus afirmaciones para próximos artículos.

El Autor

Anónimo dijo...

Por si te sirve de algo, esto lo escribió Carlos Canales en el artículo "De rojo y amarillo. Mitos y realidades acerca de la actual bandera española", publicado en el nº32 de la revista "Historia de Iberia Vieja" (he añadido entre corchetes aclaraciones mías): "Durante el primero de los conflictos [guerra de 1833-1840] se mantuvo la dualidad de banderas y en tanto el ejército gubernamental siguió la tradición y sus banderas siguieron siendo blancas con la cruz roja de san Andrés [aquí Canales simplifica; también había enseñas de otros colores, con o sin aspa de Borgoña], la Real Armada usó la bandera roja y amarilla de 1785. En cuanto a las unidades de voluntarios liberales, de manera masiva emplearon banderas muy similares a las banderas de batallón del Ejército [banderas batallonas], siendo por lo tanto blancas con cruces rojas [aspas], teniendo casi todas ellas algún motivo alegórico a la región, provincia o ciudad de origen de la unidad y con escudos locales o regionales. No obstante, algunas unidades de la Milicia Nacional o de voluntarios extranjeros -como la Legión Británica- emplearon banderas del reglamento de 1820 [Canales se refiere a la enseña reglamentada para la Milicia Nacional en 1820], rojas y amarillas con franjas de igual anchura. Respecto a los carlistas, la ausencia de normas provocó que cada unidad usase banderas de diseño propio, predominando como en el bando contrario las banderas blancas, casi siempre con alusiones al rey o al religión. Incluso durante la Tercera Guerra Carlista [1872-1876] las tropas de Carlos VII [el pretendiente carlista de esa época] nunca, en ninguna parte, emplearon banderas blancas con la cruz de Borgoña. Todos los diseños que se conocen de banderas carlistas de la época, o bien son banderas rojas y amarillas [pabellón de España y del Ejército desde 1843] o bien son diseños locales en colores poco frecuentes. Durante una conferencia de este autor [Canales] en Navarra, se puso a prueba a los asistente mostrándoles 12 banderas usadas en 1874, 6 carlistas y 6 de la República [la I República, la de 1873-1874]. Todos los que afirmaron conocer las banderas carlistas se equivocaron. No acertó nadie". En fin, Juan Antonio, resumo ya , independientemente de que alguna unidad carlista de la guerra de 1833 lograra hacerse con banderas batallonas de estilo reglamentario -he de confesar que los ejemplos que se suelen dar de ello no acaban de convencerme-, sólo has de quedarte con una cosa: en el s.XIX la cruz de Borgoña no fue el emblema del carlismo, sino un símbolo reglamentario común en ciertas enseñas oficiales del Ejército, tanto antes como después de que el Ejército adoptara en teoría la roja y amarilla en octubre de 1843. Los carlistas podían copiar esas enseñas o no.

JUAN ANTONIO GARCIA SANCHEZ dijo...

De algo no... ¡¡Me sirve de mucho!!
Mil gracias.
Es un placer aprender de alguien que demuestra su saber con creces...
Por cierto, me encantaría saber cuál es su nombre.
Mi correo es: juanantoniogarciagarcia@gmail.com

Saludos.