Publicado en la web del escritor Nacho Ares en febrero de 2009.
Nacida en Cifuentes y casada siendo una niña con Don Ruy Gómez de Silva, pronto dejará testigo de su dulzura. Concretamente, en el año de 1559, cuando los Príncipes de Éboli trasladan su residencia al Alcázar Real, coinciden con la jovencísima reina Isabel de Valois. La conocida como “Princesa de la Paz” encontrará en Ana una magnífica amiga con quien compartir la soledad de la corte madrileña. Confidentes y compañeras, se apoyarán mutuamente para hacer más llevadera la triste vida de palacio. La pronta muerte de Isabel, en 1568, seguro que significó un durísimo golpe personal.
Pero existen además ocasiones en las que Doña Ana nos dejó testimonio también de su amabilidad hacia la gente sencilla. Por ejemplo, la llegada de los Príncipes de Éboli a Pastrana, en el año 1569, terminará con décadas de disturbios entre los habitantes de la villa y sus antiguos señores. Sin ir más lejos, la actual plaza del pueblo, guardiana del Palacio Ducal, fue escenario de juegos y festejos taurinos que, inaugurados por los nuevos duques, devolvieron la felicidad y el contento a los moradores de la ciudad.
Sin embargo, un acto de su vida que destaca sobre todos los demás tiene que ver con las frecuentes demostraciones de sufrimiento que la princesa tuvo que soportar en el seno de su familia. Bastaría con saber, para asentar tal afirmación, que de los diez hijos que tuvo sólo la sobrevivieron seis. Pero fue la muerte de su marido el hecho que mayor dolor le causó. El ejemplo lo tenemos en el error de su desmesurada reacción, que la llevó a ser criticada por la mismísima Santa Teresa de Jesús, quien jamás comprendió la repentina vocación que la Princesa tuvo para hacerse monja carmelita de la Concepción.
También fue un error su vuelta a la Corte en 1576. Viuda y con el propósito de buscar un futuro mejor para sus hijos, su retorno a Madrid acabará por complicar el resto de su existencia.

Incluso hasta su muerte fue elegante y especial. Elegante porque murió en su palacio sin perder jamás su porte de señora. Especial porque hasta sus últimos días estuvo acompañada de su familia. Su hija, Ana de Silva, fue quien tuvo el privilegio de contemplar el rostro de la Princesa por última vez, iluminado con el dorado de la reja que adornaba el balcón de su prisión.
Lector, no se conforme jamás con creer todo lo que le dicen. De vez en cuando no viene nada mal realizar examen de conciencia y revisar lo que nos han contado. A veces, los hechos más olvidados y desapercibidos, pueden ser los más interesantes.
2 comentarios:
....Y en Cifuentes nació nuestra noble dama.
Gran sombra en vida y desconsuelo, te persiguió.
¡Dulces amarguras y silenciosos llantos! De belleza....sublime; y de mirar....sereno. Carácter Mendoza en tu andadura singular.
Con audacia, tu pasión entregaste, quedando por ello marcada.
¡Tremenda fuiste Gran Princesa de Éboli!; tanto como contradictoria tu historia fue, pues....
¿Palacio o prisión, monja o meretriz?
Y tú... ¿Qué opinas querido lector?
....Y en Pastrana tu memoria sepultada quedó.
Como siempre, una lectura fascinante, que te deja con ganas de más... Así es, nunca hay que creer "a pies juntillas" todo lo que dicen. Un abrazo de Mabel esperando nuevos glog.
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