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RECÓPOLIS, LA CIUDAD DE "LAS CUATRO CULTURAS"

Publicado en la Revista Por Cuenta Propia, abril-mayo de 2008



El fresno Yggdrasill extiende sus ramas a modo de aristas sobre la tierra.
Sustenta la bóveda celeste y asegura la armonía de las esferas y las luminarias.
La savia de sus raíces hace posible la vida, para hundirse después en los tres mundos.
Deidades, gigantes de hielo y hombres mantienen el equilibrio cósmico.
Pero esta creación arbórea está constantemente amenazada.
La serpiente Midgard roerá su raíz causando su definitiva destrucción.
El lobo Fenrir engullirá el sol y el ciervo Nidhogr devorará el ramaje del árbol primigenio.
Comienza así el principio del fin de los tiempos.
Es el Ragnarok, el ocaso de los dioses.

(Poema bárdico de Ramón Fernández Dacal)



Recaredo fue el primer rey en convertir al pueblo godo a la religión cristiana. Su padre, Leovigildo, lo supo justo antes de morir. Pero poco importaba ya. El anciano pudo descansar tranquilo en su lecho de muerte. La consuetudine germana quedaba a salvo una generación más. La costumbre se encargaría de mantener vivo el mito de Gotland. Todos recordarían orgullosos la historia del Periplo Oriental, la lucha contra Roma y sus bárbaros enemigos y el fin del viaje, con la fundación de un reino en los confines de occidente. Sin embargo, la tradición oral goda jamás llegó a predecir lo que ocurriría años después. Los valientes guerreros visigodos se verían obligados a compartir el solar de su nueva patria con otras gentes venidas del lejano oriente. Nos referimos a judíos y musulmanes.
Siglos antes a la idea toledana de “Las Tres Culturas”, sintetizada en la Escuela de Traductores de Toledo, los orfebres muladíes de Recópolis dejaron testimonio de la convivencia pacífica que, durante más de 100 años, llevaron a cabo “Las Cuatro Culturas” que habitaron la ciudad en época andalusí. Concretamente podemos hacernos eco de esta afirmación observando la maravillosa placa de bronce que preside una de las vitrinas del Centro de Interpretación próximo al yacimiento. En sus 6 cms de diámetro se representa el Árbol de la Vida, custodiado por los grabados de dos leones y dos pájaros. Fechada entre los siglos VIII y IX, la conocida como Placa de Los Leones es hoy el emblema de la ciudad de nueva planta que Leovigildo mandó edificar en honor de su hijo Recaredo.
Encontramos el Árbol de la Creación, del conocimiento y de la vida eterna en un sinfín de tradiciones desde tiempos inmemoriales. Veamos cuál es su significado en cada una de las culturas que cohabitaron Recópolis durante el siglo VIII:
- Para los judíos es uno de los símbolos protagonistas de La Cábala. Está compuesto por 10 esferas o Sefirot, que representan estados próximos a la Comprensión. De las ramas del Árbol Sefirótico parten 22 senderos, marcados cada uno por la letra del alfabeto hebreo. Cada sendero es un paso más para acercarse a Yahvé.
- En la religión cristiana, el Árbol de la Vida se encuentra situado en el Paraíso, en el huerto del Edén. Según el Génesis (2,9) o el Apocalipsis (22:2), quien comiera su fruto se haría inmortal. Sin embargo es el Libro de Enoc quien lo describe como un árbol superior a los demás, de cuya madera y follaje emana una fragancia, que junto a sus frutos, proporciona la vida eterna a los elegidos.
- Al igual que los cristianos, los musulmanes representan su Árbol Celestial o Tubá en el centro del Séptimo Paraíso o Jardín. Según la tradición sufí, sus ramas recitan constantemente las suras del Corán. El pie del árbol es de rubíes, la tierra que lo rodea de almizcle y ámbar, sus ramas de esmeralda, su hojas de brocado, las flores de oro y sus frutos son como perlas. De la hierba que lo rodea emerge un gratísimo perfume. El Tubá solo puede ser visto por los elegidos, ya que es la antesala a la contemplación mística de Allah.
- Por último, en la ancestral mitología nórdica, nos encontramos con el Yggdrasil, cuyas raíces y ramas mantienen unidos a los tres mundos: Asgard, Midgard y Hel. El Árbol de la Vida pagano está compuesto por un total de 9 esferas. Odín, el Wotan germano, viajaría por esos mundos antes de hacer suyo el secreto que encierran las runas.

La idea que subyace en cada una de las interpretaciones es la misma: conocer a Dios y alcanzar el total conocimiento. Los andalusíes de Recópolis se dieron cuenta de que podían alcanzar la paz entre sus habitantes buscando como nexo de unión un símbolo como el Árbol, omnipresente en todas las religiones. Ejemplos como este constatan la teoría de una “religión madre” primitiva, de donde brotan los fundamentos básicos de todos los credos. Siendo así, ¿por qué nos empecinamos en ahondar en las diferencias, en vez de buscar similitudes que acabaran con los enfrentamientos entre religiones? ¿No sería más honroso imitar a los andalusíes de Recópolis y buscar la paz entre nosotros? ¿Se imaginan un mundo tolerante donde los fundamentalismos no tuvieran cabida? Pues en el corazón de la península ibérica, en la tierra de Madinat Raqqubal, durante al menos un siglo, sus gobernantes, artesanos y comerciantes trabajaron para que esto fuera posible.


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