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LA HIEDRA DE LOS GODOS

Publicado en la Revista Por Cuenta Propia, Azuqueca de Henares, junio de 2008



“Un oscuro presagio se abate sobre Balder, el hijo de Odín.
Las runas muestran la proximidad de su muerte.
Su madre, Frigg, hace jurar a todas las criaturas de Midgard
¡Jamás ninguna dañará a su hijo!
Mas olvida invocar a la hiedra...
Con su veneno, el malvado Loki hará que se cumpla el sueño premonitorio.
La tierra ha quedado yerma; la primavera de la vida se apaga.
El dios del sol y la vegetación desciende a los infiernos de Hell.
Y las sombras se extienden por el mundo.”

(Poema bárdico de Ramón Fernández Dacal)



El maestro orfebre de Recópolis dejaba la joya en manos de su aprendiz. La había sacado con sus tenazas del molde de pizarra. Ahora debía ser pulida hasta que su brillo la hiciera resplandecer como la luna. La pureza del áureo metal contrariaba su verdadero significado. La hiedra era un símbolo de oscuridad que había acompañado al pueblo godo desde siempre. Lejos quedaban ya las leyendas de Adrianápolis, donde los frigios, habitantes de Asia Menor, se tatuaban la hoja como ofrenda a Atis, amante de Cibeles y dios de la naturaleza. Si la tradición se cumplía, quien poseyera la joya estaría supeditado al todopoderoso Loki. El pacto con los infiernos de Hell salvaría durante una generación más a la estirpe pallatina. El sacrificio de Balder no había sido en vano. Pero alguien tendría que morir.
Todos los pueblos germanos se alimentaban de sus mitos y la hiedra era parte de ellos. Su significado se relacionaba con Hell y el inframundo, sobre todo por su peculiaridad de arrastrarse a los pies del Árbol de la Vida, y de crecer a la sombra del Yggdrasil nórdico. Por otra parte, en el contexto mediterráneo, la mitología griega identificaba la yedra con el oscurantismo dionisiaco y con los cultos más goliárdicos y embriagadores. Dionisos, el Baco romano, aparecía siempre con una corona de hojas de yedra alrededor de su cabeza. Incluso los romanos asociaron esta planta a sus bacanales u orgías, y en sus tabernae colgaban la yedra sobre el dintel de la entrada.
La relación entre la vegetación y mitología germana ha estado siempre marcada por la tragedia. Basta con recordar a Sigfrido, uno de los héroes míticos del Cantar de los Nibelungos, quien tras atravesar con su espada Gram el corazón del dragón Fafner, no consiguió la completa inmortalidad. La sangre de la bestia, guiada hacia un manantial, bañó la casi totalidad del cuerpo de Sigurnd, exceptuando una minúscula parte de su espalda, que quedó cubierta por una hoja, caída desde un árbol cercano. Al igual que ocurriera con el homérico Aquiles, sujeto por el talón antes de ser sumergido en la laguna Estigia por su madre Tetis, una huella en el cuerpo de Sigfrido dejaba abierta una ventana hacia la muerte, su fatal destino.
Podemos vislumbrar el halo de infortunio que desprende la hiedra cuando la contemplamos orgullosa en su trono de cristal, en el corazón del Centro de Interpretación de Recópolis. Sin embargo debemos ser valientes y desafiar al dragón que encierra su hoja. Atrapado durante siglos, arde en deseos por soltar su llamarada y conducirnos al Más Allá. Para ello no duda en utilizar el fulgor del labrado metal. Espléndida y reluciente, la piedra de oro no ha perdido un ápice de su magia. Desde que fue fabricada en el taller del orfebre allá por el siglo VI, no ha vuelto a confesar a nadie su mortal secreto. Espera pacientemente encontrar al Elegido. Sobre su cuello depositará el peso de las tinieblas, vengativa tras cientos de años de silencio godo. Pero estos no son más que fantasías, la realidad se camufla tras su majestuosa belleza. ¿Conseguirá su resplandor cegar nuestros buenos augurios? ¿Dotará nuestras vidas de un continuo malestar? ¿Continuará su maldición en todo aquel que se digne a presentarle batalla? ¿Se atreve usted, lector, a mantener su mirada eternamente?
Muchos somos los adultos que, desde pequeños, nos sentíamos atraídos por la mitología bárbara. Soñábamos con cruzar el puente de arco iris que separaba Midgard de Asgard y averiguar lo que tramaban los dioses sobre sus inferiores mortales. Wotan y sus Walkyrias son los custodios del conocimiento. Es en el Walhalla donde se estudian las runas. Dejemos a los dioses que decidan sobre nuestro destino. Provocar a la hiedra nos traerá la Muerte.

3 comentarios:

Mercedes Tortosa Fernández dijo...

Bonito relato el de tu hiedra, que es la de todos nosotros.
Sería hermoso contemplarla de cerca, sabiendo lo que esconde.
Relatos como estos nos alejan del mundanal ruido, y nos acercan a la magia y misterio de la vida.

Anónimo dijo...

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JUAN ANTONIO GARCIA SANCHEZ dijo...

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